28 de octubre de 2010

Descifrar la voz

Hay enigmas habituales y no por ello menos dolorosos. Después de cierto tiempo, uno aprende a reconocer lo que ocurre del otro lado del teléfono. Veo cómo alza el auricular y escucho su tono de voz. Entonces sé quién está en el otro extremo de la línea. La distancia se descifra mientras se agudizan mis sentidos. En parte son sus gestos, el modo en que mira el horizonte o aprieta los labios. También acaso el cruce de las piernas o el movimiento rítmico del calzado sobre el piso. Y la voz, que puede ser grave, impaciente o dulce; incluso en ocasiones de un registro antiguo, casi infantil. Entonces descubro que habla con su padre, con el contador o con su mejor amiga. También a veces entiendo que al otro lado se halla una voz enemiga.

16 de octubre de 2010

Para diluir su ausencia: Helen Escobedo

Fotografía de Érika Ruíz Vitela

Hace un mes murió Helen Escobedo, escultora precisa que colaboró en la creación de un lugar mágico: el Espacio Escultórico, ubicado en la zona cultural de Ciudad Universitaria. Dejo aquí dos fragmentos que de algún modo la evocan. El primero proviene de un texto publicado hace unos meses y cuyo título evidencia mi frecuente paseo por ese sitio: "Breves incursiones al espacio escultórico". El segundo es una evocación en otro registro, pero con el mismo sentido de extrañeza que suelo tener al recorrer los espacios diseñados por HE. Dicen que uno siempre regresa a sus pasiones obsesivas. Este es el caso.


En la escultura de Helen Escobedo*



Envueltos en las madejas de la irrealidad, caminan hacia un paraje desierto –oasis tibio en medio de una ciudad ruidosa, atroz, imposible. Todavía no se cumple la mitad del día, pero el cisma de los cuerpos ya anuncia el fulgor y la celebración del tacto.

(Ella te provee de aliento, anima la proximidad, le da sentido a tus señales abasteciéndolas de significado, color, sonrisas. Su presencia te provoca ardor íntimo, lucidez, ansia de dicha).

Alrededor de sus cuerpos se erige una burbuja que los envuelve irreconocibles, los separa del resto de las cosas. Lugar extraño y a la vez familiar, los brazos son puerta afectiva, páramo donde nadie falta. Apenas se conocen; sin embargo, los vocablos sobran cuando las miradas hablan de la perpetuidad de los instantes.

(Observas hacia el cielo: dos muchachos han trepado por los bordes de hierro y emiten un olor acre y dulce –la mariguana que no requieres para palpar el dorso del cosmos que roza tu cuerpo).

Sumergidos al interior de un esqueleto amarillo y rojizo, una escultura rectangular los contiene. Como si el exterior reprodujera el estado interior de sus cuerpos, los colores y las superficies se multiplican: el deseo es siempre ansia de repetición.

(Has cruzado un umbral del que es difícil volver. Existe un punto de fuga por el que se calcina el pasado y se decanta el porvenir: estás ahí, mirándolo. Frente a tus ojos un cuerpo emite aire, danza contrario a la brisa invernal. Acechas su voluptuosidad tímida, bebes un virus inédito, su piel te quema las manos).

Alguien observa a lo lejos dos cuerpos irrefrenables: ciegos, viven, por el momento, un paréntesis de la vida.

(Para diluir su ausencia, le escribes estas palabras).


Territorio del aliviane. El espacio escultórico**



Como siempre, voy en busca de vértigo y contemplación. Entro al espacio escultórico en Ciudad Universitaria. Camino por el círculo que envuelve los restos expelidos por el volcán. Elijo una columna y escalo. Me acuesto sobre la roca triangular y desde ese centro de gravedad, escucho el rumor de la ciudad. Cual mar, su eco viene como el oleaje: ritmo repetido. El tráfico y fluir citadinos tienen el sonido de una constante carrera sin destino. Fuera de todo ese sinsentido me hallo en medio de un centro de sosiego. Ojo del huracán, este espacio devuelve la calma. Es un receso, letargo provisional, lo sé. Sin embargo es suficiente para hallar desahogo.

Contrasta con los coches, el canto de las aves y los insectos que pasan alrededor mío. El espacio escultórico, en medio de la incertidumbre, de tiempo en tiempo se ha vuelto un oasis de libertad. Me levanto. Siento cómo el viento violenta mi cabello. Rompe el silencio —quebranta la quietud de quedas oquedades. Coloco mis pies sobre la orilla y siento el vértigo de caer. La forma en que el vacío te llama. Entonces miro hacia arriba. No hay sol que aliente ese salto. Las nubes plagan el cielo. Está por llover. Salgo de ahí. Resisto un día más y regreso a otro vértigo, en medio del humo de los coches.



*Fragmento de "Breves incursiones al espacio escultórico", en Los bastardos de la uva, año. 1, vol. 1, abril-junio de 2010.

**Incluido en Sentido de fuga. La ciudad, el amor y la escritura, México, UACM, 2009.


13 de octubre de 2010

Dificultad vs. sencillez


¿Debe la lectura implicar, necesariamente, un esfuerzo? Las respuestas que se den a esta pregunta definen distintas relaciones con los libros, modos diferentes de concebir el acto de leer. En sus extremos, acaso se reducen a dos posturas tangencialmente opuestas: la lectura como disfrute y la lectura como reto. El placer o el conocimiento. Los libros como camino a la satisfacción estética o a la transformación de uno mismo (y del mundo): Bloom contra Steiner. En una mesa imaginaria de escritores universales, Borges y Lezama se sentarían en las cabeceras opuestas:

“Sólo lo difícil es estimulante; sólo la resistencia que nos reta es capaz de enarcar, suscitar y mantener nuestra potencia de conocimiento” (José Lezama Lima, La expresión americana).

“Si leemos algo con dificultad, el autor ha fracasado. Por eso considero que un escritor como Joyce ha fracasado esencialmente, porque su obra requiere un esfuerzo. Un libro no debe requerir un esfuerzo, la felicidad no debe requerir un esfuerzo. Pienso que Montaigne tiene razón” (Jorge Luis Borges, "El libro" en Borges oral).

Por supuesto, estoy pecando de reduccionismo, pero este blog está suficientemente plagado de apuntes extremos, lo que me permite echar al ruedo posturas encontradas, sin dar los matices de por medio.

9 de octubre de 2010

Confidencias del insomne (2)

Fotografía de Erika Ruíz Vitela


La amistad es una elección plagada de verdades intermitentes. Lo mismo puede decirse de un libro.

Vemos fotografías y nos encontramos frente a presencias fantasmales. Calles, fulgores, sombras. Los transeúntes de la urbe se miran en el espejo y toman consciencia de las infinitas posibilidades estéticas que les ofrece su metrópoli. Ciudad-reflejo y ciudad-hallazgo. Somos estallidos de la luz.

Todo descanso es el prólogo a un martirio mayor.

En la corrección política se concentra la mala conciencia de las sociedades.

Recordar a Dilthey. No hay más alto saber que el conocimiento de las pasiones y del espíritu, que es el conocimiento de lo imposible.

Que el día abra fisuras para adentrarnos en sus oscuridades.

La Óptica impide ver a Dios. El “desencantamiento del mundo” (Weber) simplifica la magia. Un arcoíris es más que luz blanca en descomposición.

Los celos, esa forma de la culpa basada en suponer al otro como causante de la propia destrucción.

En el pasado existía El Santo Oficio para proteger “la verdadera fe”. Hoy existen los grupos científicos, el escolasticismo académico, la burocracia universitaria y, por supuesto, los exámenes profesionales.

Dolencia es igual a luz.

Enamorarse es caminar con los ojos abiertos en medio de un territorio sin espejos. Ir sonámbulo en busca de un reflejo.

7 de octubre de 2010

Rolas otoñales

“Tal vez este periodo haya durado unos veinte días. Por aquel tiempo el verano fue alcanzado por el otoño, le permitió algunos cielos vidriados en el crepúsculo, mediodías silenciosos y rígidos, hojas planas y teñidas en las calles” (Juan Carlos Onetti)


2 de octubre de 2010

Confidencias del insomne

Fotografía de Erika Ruíz Vitela


Se puede aniquilar al amor con un golpe, pero en la vereda el caminante adquiere sombras.

El retro hace visible que no hay algo parecido a eso que llamamos evolución del gusto.

Escucho un timbre a las tres de la mañana. Murmullos. Las llamadas de madrugada permanecen en la ambigua incertidumbre de los sueños vueltos vigilia. Existen para no dejar huellas factibles, para generar olvido o peor, somnolencia. Para silenciar lo más importante y escabroso que tiene la vida: las intimidades secretas.

El cuerpo –ese espacio de vaticinios funestos.

Si no recoges tus pedazos, no podrás entregar tus verdades.

Al situarse en otro lugar uno puede verse a sí mismo sin su entorno cotidiano, y entonces es como si se revelara lo que antes no podíamos ver. Y acaso no es que el viaje nos transforme, sino que nos permite apreciar cómo, desde hace tiempo, ya no éramos los mismos.

¿Qué mayor criterio universal que el de no negarle nada a la conciencia?

El asunto con los milagros es que son indescriptibles.

El miedo siempre avanza en línea recta hacia el centro del corazón como anunciándonos más destellos y más neblinas.

Mi lucha es dolor blanco en su breve brusquedad.

Es una gran ventaja tener capacidad de raciocinio, pero no hay que abusar de ella a la hora de buscar la dicha.