25 de septiembre de 2011

Un texto de crítica latinoamericana


[Leí este texto durante la presentación del libro La otra invención. Ensayos sobre crítica y literatura de América Latina, de Víctor Barrera Enderle. Le agradezco a Víctor la invitación a hacerlo].



 Voy a comenzar con una confesión personal. Me emocionan los textos que arriesgan hipótesis y al hacerlo generan más preguntas que respuestas. Es lo que me ocurrió con el libro que hoy tengo el gusto de presentar. Conforme avanzaba en la lectura, las dudas fueron asaltándome y las interrogantes se iban multiplicando. Quiero dedicar estas breves palabras a poner en la mesa algunos de esos cuestionamientos que el libro de Víctor Barrera me sugirió.
El primero tiene que ver con un asunto central en el texto: el papel de la crítica en América Latina, sus funciones no sólo literarias sino también culturales y su carácter de juicio renovador respecto a las que Barrera llama “literaturas marginales”. Frente a los nuevos retos que le plantea al campo literario el estar vinculado a una industria cultural en constante crecimiento, el autor afirma la necesidad de que la crítica contribuya a la recuperación de un espacio público no regido exclusivamente por las leyes del mercado. Esto supone concebir a la literatura ya no sólo como mercancía, sino como un discurso cultural capaz de fomentar la exploración estética y de redefinir las identidades culturales de una comunidad. Para Barrera, esta labor tiene que ir acompañada de un afán por recuperar las preocupaciones básicas del crítico: la revisión de la historia literaria y del canon, los problemas de representación y autoridad en la literatura.
Me parece que esta concepción de la crítica constituye una postura afortunada y supone una ejemplaridad envidiable. Y es que aquí el papel del crítico como intermediario entre la industria cultural y el público se vuelve no sólo prédica, sino práctica intelectual constante a lo largo del libro. Cada uno de los ensayos de Barrera constituyen una invitación a ejercer la crítica, concebida como “estímulo intelectual” pero también como “deber cívico”. Lo que me provocó algunas dudas fue imaginar a la crítica como una herramienta capaz de ir más allá del campo cultural, implementando una labor al menos titánica. Dice Barrera que la nueva crítica “tendrá que promover un discurso alternativo a las instancias oficiales y mundiales… necesitará formar lectores activos y autónomos: nuevos ciudadanos que sean capaces de asumir y compartir no sólo sus diferencias culturales e identitarias, sino los diversos modelos de gobernabilidad, haciendo de… las culturas, una dimensión fundamental a la hora de repensar los proyectos nacionales y globales”. Nos encontramos por supuesto ante un deseo admirable, ¿pero es acaso factible?, ¿no estamos adjudicándole a la crítica un papel que va más allá de su ámbito, de su labor tenaz y solitaria?
El segundo asunto que me llamó la atención es la distinción que subyace a lo largo del libro entre textos críticos y textos literarios. Si bien cuando Barrera analiza “la dimensión estética en el discurso crítico de Alfonso Reyes” busca establecer un vínculo entre creación y crítica, me parece que la noción de “ficción explicativa” y de “verdad sospechosa” (Reyes) son insuficientes si queremos dar cuenta de la literatura latinoamericana de hoy. Creo que es necesaria una elaboración más minuciosa que permita analizar porqué existen una serie de textos en los cuales las fronteras entre teoría y ficción están totalmente desdibujadas. Pienso aquí, por supuesto, en la obra de Borges, donde la reflexión convive con la narración y el relato. Asimismo en muchos textos de Ricardo Piglia, Roberto Bolaño o Sergio Pitol, que han practicado una escritura fronteriza donde se mezclan testimonio e imaginación, ficción y autobiografía. En Monsiváis ocurre algo parecido: su escritura conjuga el registro de la crónica con el impulso interpretativo, ensayístico, al grado en que se han denominado muchos de sus textos como crónicas-ensayos o croni-ensayos.
Todas estas obras se encuentran arraigadas en una fuerte tradición que viene desde la Crónica de la Conquista, y tiene que ver con el papel del intelectual en la historia latinoamericana, con el compromiso político que el escritor asume como conciencia lúcida al interior de una sociedad subordinada. Por ello, sería necesario pensar si existe en este tipo de escritura fronteriza una relación entre los escritores y la crítica que pasa por la ficción, si existe una forma de leer, evaluar y representar el mundo que es el resultado de la experiencia con la ficción o del trabajo con la poesía. Esto nos permitiría esclarecer los modos en que la historia del pensamiento latinoamericano está ligada a la historia de la literatura, a las reflexiones que se han dado en torno a las formas de la ficción y al papel que juega el escritor como líder moral cuyo prestigio surge de la propia práctica literaria. Por lo anterior, concebir la literatura como una “antropología especulativa” como propone Juan José Saer, o retomar la idea de “metacrítica” que sustenta Piglia,  puede permitir dar cuenta de cómo una serie de obras latinoamericanas conjugan un proyecto estético con un imaginario político, una narrativa histórica con un lenguaje literario, en suma, una propuesta de crítica cultural a través de la creación de un universo artístico.
Por otra parte está el asunto de la búsqueda de una expresión original, propiamente latinoamericana, tal como la rastrea Barrera en Pedro Henríquez Ureña, el Modernismo, Rodó o Sor Juana. Una de los aciertos del libro es llevar a cabo una crítica del canon occidental, concebido como un criterio a partir del cual “los grupos hegemónicos (es decir, aquellos que tienen acceso al poder interpretativo) proyectan sus gustos y valores y los imponen como norma de exclusión”. Al afirmar que todo canon está abierto al cambio, que ninguna tradición está del todo concluida, el crítico se convierte en testigo de las metamorfosis que ocurren en el campo literario. Los criterios sobre lo que debe leerse y cómo debe leerse están en constante revisión y cada obra establece una relación compleja y provisional con el tiempo y sus lectores.
El asunto no es menor. De hecho, es a partir de esta crítica que Barrera analiza las relaciones complejas entre Nuestra América y Occidente. En La otra invención, la literatura latinoamericana es descrita como un ámbito donde durante mucho tiempo era posible rastrear un proceso de dependencia e imposición respecto de los modelos europeos de hacer literatura. No obstante, Barrera plantea que en ciertos momentos de nuestra historia literaria, el afán europeizante ha sido sustituido por una búsqueda de identidad propia, convirtiendo así a la literatura en espacio de resistencia, en una actividad liberadora y un ejercicio de integración a la modernidad. En esta interpretación, el carácter sui generis del subcontinente tiene que ver con un tipo de modernidad distinta, diferencial, y que por otro lado, le permite alcanzar su independencia cultural.
En este marco, son interesantes los dos ensayos que dedica Barrera a la literatura y la crítica nuevoleonesas. La relación que existe entre Occidente y América Latina, entre un canon impuesto y un ejercicio de enunciación propio, pareciera reproducirse entre la literatura nacional y las literaturas regionales. Si bien es cierto que las instituciones literarias modernas se han erigido sobre una clave nacional, me parece problemático pensar que la identidad de una literatura necesariamente deba definirse en términos territoriales. ¿Realmente se puede hablar de una literatura regional, nuevoleonesa, chiapaneca o incluso mexicana? ¿No es verdad que muchas veces nos encontramos con autores que comparten imaginarios, estilos y propósitos a pesar de escribir en ámbitos distintos en países remotos? ¿Y en cambio también podemos hallar escritores de una misma nacionalidad cuyos universos literarios no comparten ningún referente en lo absoluto? ¿Será posible realmente llevar a cabo una crítica descentrada, como quiere el autor, sin ir  más allá de las divisiones de los Estados Nacionales?
Otra cuestión que tiene que ver con lo anterior se refiere a la forma en que Barrera, al analizar la novela antillana Ancho mar de los Sargazos, trabaja “la relación literaria entre centro (espacio hegemónico de enunciación) y margen (lugar condicionado de enunciación)”. Me parece muy importante la reflexión en torno a cómo los valores canónicos, estéticos e ideológicos impuestos por el centro metropolitano, llegan a ser cuestionados, invertidos incluso, por una obra que se halla en el margen y que así consigue ejercer una expresión propia. Como si tal disidencia, además de constituirse como “manifestación de resistencia cultural”, estuviera fundada en la propia marginalidad, que se ejerce como elemento de impugnación.
Sin embargo, me parece que a esta reflexión le hace falta un elemento que problematice las consecuencias a las que lleva este proceso cultural. Creo que las literaturas más iconoclastas, contestatarias y críticas corren el peligro de forjar nuevas formas de hegemonía. Tal es la paradoja de muchos procesos de institucionalización cultural: cuando un discurso alternativo logra abrir el espacio público para ser incluido en él, disminuye la disidencia potencial de su marginalidad frente a las formas instituidas de la sociedad. En ese sentido podría decirse que (y aquí arriesgo una hipótesis), toda lectura de los márgenes supone una asimilación de los mismos, un proceso de normalización, que debe ser tomado en cuenta a la hora de reflexionar sobre la literatura y la crítica latinoamericana. Aquí abro la pregunta que me atrapa: ¿es una fatalidad para toda literatura transgresora ser asimilada? ¿Es cierta la frase de Herder, quien afirmaba que “toda obra original, sucumbe”?
Luego de hablar de algunas de las interrogantes que el texto me provocó, quiero terminar mi intervención resaltando una creencia que a mi parecer subyace a todo el texto. La idea de que la lectura es uno de los pocos actos de soledad que permiten la comunicación con alguien más, la comunión con los otros. Leemos palabras (signos negros sobre el papel) pero vemos imágenes y escuchamos voces. Esto lo sabe el crítico, por eso es que considera como parte de su labor indagar cuáles de los sentidos contenidos en una obra, pueden abrir la conciencia y sensibilidad del lector contemporáneo. En ese sentido, el crítico actúa como un arqueólogo: busca los vestigios olvidados en las palabras, el diálogo con los muertos. La literatura permite separarnos de nuestro yo para ir hacia esos otros, y en ese sentido incluso es un paliativo contra la soledad del presente. Por eso es que la responsabilidad de la crítica literaria es tan grande. Su deber es, como afirmó George Steiner, “privilegiar lo que del pasado puede entrar en diálogo con los vivos” y “preguntarse no sólo si un libro constituye un adelanto o refinamiento técnicos, sino si contribuye a mejorar la inteligencia moral de la época”. La otra invención, de Víctor Barrera, es un ejercicio que problematiza estos principios, que piensa el acto de la lectura como “un modo de acción”. Por todo esto es que celebro la aparición de este libro, tan fructífero para el diálogo.

Víctor Barrera Enderle. 
La otra invención. Ensayos sobre crítica y literatura de América Latina.
México, Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León, 2005.

3 de septiembre de 2011

"Los columpios", por Fabio Morábito


Los columpios no son noticia,
son simples como un hueso
o como un horizonte,
funcionan con un cuerpo
y su manutención estriba
en una mano de pintura
cada tanto,
cada generación los pinta
de un color distinto
(para realzar su infancia)
pero los deja como son,
no se investigan nuevas formas
de columpios,
no hay competencias de columpios,
no se dan clases de columpio,
nadie se roba los columpios,
la radio no transmite rechinidos
de columpios,
cada generación los pinta
de un color distinto
para acordarse de ellos,
ellos que inician a los niños
en los paréntesis,
en la melancolía,
en la inutilidad de los esfuerzos
para ser distintos,
donde los niños queman
sus reservas de imposible,
sus últimas metamorfosis,
hasta que un día, sin una gota
de humedad, se bajan
del columpio
hacia sí mismos,
hacia su nombre propio
y verdadero, hacia
su muerte todavía lejana.

Fabio Morábito. De lunes todo el año. México, Joaquín Mortiz, 1991.