Pasea coqueta y voluptuosa, a media madrugada, en la esquina de Nuevo León e Insurgentes. Camina erguida sobre unas piernas robustas y entalladas en una minifalda; su torso detenta un blusón reducido y sus labios un tinte de excesivo carmesí. En medio del frío espera que algún Ulises mundano cruce a su lado, quede tentado por su presencia lasciva y caiga rendido en sus redes carnales. Cada noche lo consigue mas no a causa de su voz. Muchos hombres le piden que no cante, que ni siquiera hable. Prefieren fantasear con el culo de su propia mujer, y esa voz los perturba. Así que ella vive su propia entonación como una suerte de anatema, una siniestra maldición que la delata. Aún peor, cuando no es la estridencia sonora, es la falta de boca uterina lo que la condena. Constantemente sufre el rechazo violento cuando algún inocente descubre que en vez de una orquídea encantada, en el centro de su furor íntimo posee un roble adulto.
Para evitar dificultades e imprecaciones, ha optado por volverse otra, asemejarse a la imagen que desde la infancia poblaba sus sueños. Y cada noche, entre delirios silenciosos, fantasea con la cirugía que le quitará su naturaleza bifronte e informe. No obstante, el destino vuelve a frustrar sus deseos más íntimos: los médicos le aseguran que es imposible ponerle escamas.
Dibujo de Gabriel Hernán Ramírez
[Salazar, Jezreel. “Sirena invertida”, en Yo no canto, Ulises, callo. La sirena en el microrrelato mexicano. Estudio, recopilación y bibliografía de Javier Perucho. México, CONARTE / Ediciones Fósforo, 2008, p. 64].