26 de agosto de 2012

Tedio y frenesí: la cartografía onírica de Nuria Fragoso




“quizá el punto está no en la cosa o las cosas que se trafican, se tratan, se especulan,
sino en el espacio, el momento, el lapso entre unas y otras … en la pausa en que tienen interés
dado que no se ha consumado … dado que no se ha ejecutado
el intercambio, el reemplazo, el relevo

Diego A. Lagunilla, “Tráficos”


¿Es posible la calma en la ciudad? ¿Es posible rastrear los patrones que el chilango promedio pone en juego a la hora de habitar el espacio urbano? “El tedio es el umbral de grandes hechos” escribió Walter Benjamin en las notas a su proyectado Libro de los pasajes. Los habitantes de las grandes metrópolis de principios del siglo XXI pocas veces estamos concientes de este hecho. Dejamos pasar la vida como si el estrés fuese el método para alcanzar el bienestar. En medio del tráfico o enfrascados en la espera de algún trámite, nos impedimos dar un paso más allá del tedio, no somos capaces de abrazarlo para luego, de un puntapié, lanzarnos al vacío de lo insólito. ¿Por qué ocurre esto?, ¿cuál es la razón de que no nos atrevamos a contemplar la vida como un lugar repleto de continuos asombros?




Estas preguntas me envolvieron al presenciar un performance en el Zócalo de la Ciudad de México hace un par de años. En ese gran páramo que sigue siendo el centro simbólico del país, una noche de enero de 2010 se puso en marcha un experimento que buscaba comprender, de algún modo, la manera en que los habitantes de una megalópolis le otorgan sentido al tiempo cotidiano y se perciben a sí mismos en medio del espacio público. La idea era simple, mas no por ello infértil: durante 24 horas un grupo de artistas, coordinados por Nuria Fragoso, se dedicarían a trazar “un mapa de presencias”, no de todos los transeúntes que recorrieran la explanada capitalina, sino sólo de aquellos que por algún motivo hubiesen decidido detenerse, hacer una pausa, en medio del caótico y veloz fluir urbano.


¿Cómo nos relacionamos con los cambios que sufre nuestro entorno? Observar la reacción de quienes se volvieron partícipes instantáneos del hecho colectivo fue fascinante. El pasmo o la extrañeza, la estupefacción e incluso el pudor, no se hicieron esperar. Lo que se lograba, en principio, era modificar la autoconciencia sobre esa brevísima y transitoria experiencia de haber hecho un alto en medio de la ciudad. Al marcar con líneas de cal un cuadrado alrededor del sujeto o del grupo de personas intervenidas, cada quien de algún modo se percataba de la huella que su presencia podía dejar en el espacio, así como del vacío que al irse dejaba tras de sí. Su estar en la ciudad había quedado registrado y el tiempo que dedicaron a detenerse había generado una marca, se había convertido en un paréntesis en medio de su rutina diaria. De algún modo, la ciudad los había vuelto fantasmas.


A la manera de quienes padecieron los experimentos del interaccionismo simbólico, algunos transeúntes, a partir de lo que les acababa de ocurrir, comenzaron a percibir su rededor de otra manera. Al menos esa fue mi impresión. Conforme pasaban los minutos y las horas, el Zócalo se fue convirtiendo en un gran mapa de ausencias, una cartografía de espacios vacíos, como si hubiese quedado fijada en la memoria del espacio, la placa fotográfica de los citadinos que estuvieron ahí. El registro de lo ocurrido constituía una suerte de negativo de las presencias cotidianas que, por sí mismo, hablaba ya de la ruptura del frenesí: al menos coyunturalmente el horror urbano se suspendía. Era ese, acaso, el retrato de nuestro tedio, la pausa que por algunas horas logró romper el nervioso y alienante furor citadino.


El performance de Fragoso, además de construir una cartografía física sobre un territorio específico, se completaba a través de otro registro, el de los puntos marcados en un localizador GPS, el cual funcionaba como traductor para generar otro mapa, en este caso conceptual y que puede apreciarse en la web: http://decartaygrafia.blogspot.mx/ La intención de fondo consistía en rastrear, de este modo, los usos personales que hacemos de la ciudad. Ya no hablar del Zócalo en los términos habituales, en relación con los significados que usualmente le atribuimos (un espacio regulado por el nacionalismo y la política tradicional), sino poner al sujeto en el centro de la acción y dejar que sus pasos y pausas hablen por ellos. Al idear su proyecto, la artista se preguntaba: “¿Es posible que el espacio público te llame a estar contigo? ¿Curiosamente a estar solo, donde no lo estás?” La utopía del proyecto consiste en suponer que a través de la geografía delineada puede hallarse un modo nuevo de trazar ciertas rutas, trazos a partir de los cuales los individuos delimitan un tiempo personal, un centro para la espera, el ocio o el tedio.


Recuerdo aquel día y algunas oposiciones me vienen a la cabeza: tránsito vs. inmovilidad, pausa vs. inercia. De cierta manera, Fragoso buscaba poner en tensión esas dos experiencias urbanas que son el tedio y el frenesí –dos polos opuestos de la cultura urbana, frente a los que a diario debemos elegir. Me parece que al hacerlo lo que logró fue crear cierta atemporalidad a través de un registro, paradójicamente, dinámico. Esto es claro cuando uno ve el video que surgió de tal experiencia. El mismo comienza al interior del metro, empleando una focalización por decirlo de algún modo, nerviosa. Esto cambia cuando inicia el performance: ya no se trata de imágenes en movimiento, sino de fotografías fijas (con breves secuencias de time lapse que agilizan la narrativa). Lo interesante es que de algún modo, también ahí se privilegia el tiempo muerto de la narración. Si pensamos que todo comentario sobre la realidad constituye una intervención reflexiva, una especie de pausa durante la cual se crea un vacío gracias al cual la historia se detiene, podemos entender la perspectiva ideológica de la artista.


Como lo dice su nombre, “La pausa” se trata de un ejercicio estético en contra de la velocidad. Y en algún sentido, una crítica a las erosivas dinámicas de la economía y a la lógica instantánea de los medios. Al hablar sobre el uso del control remoto, Beatriz Sarlo en sus Escenas de la vida posmoderna afirmaba que en la televisión existe una “variada repetición de lo mismo” y que por ello, “la velocidad del medio es superior a la capacidad que tenemos de retener sus contenidos”. Desde la perspectiva de Fragoso, si no creamos vacíos en medio de un mundo vertiginoso e inasiblemente veloz, seremos incapaces de comprender nuestro entorno, pues seguiremos sometidos a los impulsos inconscientes de la ciudad –que como se sabe se perciben como continuos, irrefrenables y repetidos.


Aquel enero de 2010, en el Zócalo había parejas y solitarios en busca de parejas. Grupos de amigos y niños; ambos jugando desde su ombligo del mundo. El tiempo fluía hasta volverse tedio, apertura, vacío. Algunos padres cargaban a sus hijos. Policías y barrenderos también se detenían, y eso los colocaba fuera de contexto. Pero eso sí, por alguna razón la actitud constante dejó de ser la prisa; predominaron la espera y también algo inesperado: la contemplación. Gracias a una especie de fuga, el lugar pudo volverse otra cosa: un espacio onírico que provocaba, en la mirada, pleno disfrute. El piso, con su característica superficie grisácea, dejo de ser algo enlutado. Semejaba una especie de friso con múltiples puertas dibujadas. O un cuadro de arte abstracto que privilegiaba las formas geométricas… ¡un Kandisnky urbano! O un lugar cuyo ambiente prefiguraba lo espectral. En cualquier caso, algo se había transfigurado en ese escenario que, por más habitual, se había vuelto irreconocible y feliz.




La Pausa. Un mapa de presencias en el Zócalo de la Ciudad de México
Performance de Nuria Fragoso
Zócalo de la Ciudad de México, 22 de enero de 2010.
Fotografías de: Carlos A. Altamirano, Eduardo Lemus, Nuria Fragoso, Isabel García, Nayla Altamirano y Awen Southern.

25 de agosto de 2012

La incertidumbre como epidemia

El juicio acrítico es un mal multitudinario. ¿Cuántos cuestionan cada idea, frase o acontecimiento del que tienen noticia? ¿Quién pone en duda, seriamente, su propia percepción? Supongo que nos invade una epidemia cuyos síntomas son, al mismo tiempo, la incertidumbre y la incapacidad de confiar en la duda.

18 de agosto de 2012

Servidumbre y complicidad


En un cuento de Borges, se describe así a un personaje: “era como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres”. Tal condición esquizofrénica me resulta familiar. Sentirnos, a la vez, libres y esclavizados forma parte de las formas de vida contemporáneas, al menos para quienes gozamos de la hipocresía liberal.

Desde hace tiempo gira en mi mente una reflexión que atañe a lo que podría considerar como mi origen clasemediero: la percepción de que la servidumbre, en tanto sinónimo de sujeción, es uno de los tópicos que difícilmente desaparecerán en las sociedades modernas, ya sea como criterio de estatus o como fundamento de autoridad. Sospecho que tal idea es la que dio origen (a mediados del siglo XVI) a ese famoso ensayo anárquico de Étienne de La Boétie, el cual constituye un llamado a ir en contra de la propia esclavitud: Discurso de la servidumbre voluntaria. Un siglo después, el propio Pascal llegó a afirmar que la incapacidad para dominar las propias pasiones implicaba no sólo servidumbre sino vergüenza.

Con ello en mente, se me ha ocurrido un nuevo ciclo de cine propicio para pensar el tema. Tendría que ver no necesariamente con aquellas películas en donde la servidumbre se constituye como personaje principal (como en The remains of the day, de James Ivory), sino en donde la servidumbre se concibe como escenario en cuya complicidad se gesta cierta autonomía, cierta búsqueda por la destrucción de los lazos de autoridad. En ese sentido, el ciclo podría llevar como epígrafe la frase que pronuncia uno de los personajes de Tolstoi, en Ana Karenina: "al suprimir la servidumbre nos han quitado la autoridad". Hasta el momento estas serían las películas que incluiría en el hipotético maratón cinéfilo:

The cook, the thief, his wife & her lover (El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante), de Peter Greenaway
Gosford park (Muerte a la medianoche), de Robert Altman
Festen (La celebración), de Thomas Vinterberg
Yes, de Sally Potter
Crash (Alto impacto), de Paul Haggis

La idea de propiedad, por supuesto, es lo que debería estar en el centro de la atención a la hora de atender a dicho ciclo. Y una lectura podría propiciar fructíferas discusiones: “La producción del arte y de la gloria” de Bertolt Brecht. Desde ahí, lo que para mí resultaría imprescindible sería pensar la servidumbre ya no sólo como relación social que genera subordinación, sino como un lugar de eclosión, como un punto crítico desde el cual es posible mirar y denostar las formas de construir prestigio. Me parece que en estas películas se generan, desde la noción de servidumbre, vínculos que pretenden o logran trastocar las relaciones (materiales) en las que se sostienen las hipócritas ideas de autoridad y de reputación que siguen vigentes en nuestros días. Como escribió Julio Ramón Ribeyro: “toda adquisición es una responsabilidad y por ello una servidumbre”.

10 de agosto de 2012

Vladimir Saavedra: Trascendencia y utilidad




El trabajo de Vladimir Saavedra se ha caracterizado por una búsqueda de comunión entre la escultura y la vida cotidiana. Luego de explorar diversas técnicas como el óleo, el collage y el emplomado, ha hecho del hierro forjado la base para expresar sus propuestas visuales. Esto no le impide incorporar materiales tan diversos como focos, mecate, vidrio y plantas de origen natural.




Uno de los objetivos implícitos en su propuesta estética tiene que ver con el funcionalismo: el arte ya no sólo como trascendencia sino como objeto con una utilidad diaria. De este compromiso se deriva el carácter lúdico de las obras.




Dos son las preocupaciones fundamentales que pueden rastrearse en cada una de sus piezas. La primera tiene que ver con la experiencia como un proceso en continua transformación y que no se detiene. Esta preocupación adquiere su expresión formal a través del reciclaje utilizado como método creativo. La recuperación de desechos, basura, pedazos de artefactos inservibles es utilizada para crear piezas insólitas que representan una puesta en escena del ciclo vital de los materiales (reproducir la vida a partir de lo viejo y lo muerto, encontrar modos de expresión mediante el rescate de lo caduco hecho textura, piel, óxido).




El segundo eje de esta propuesta artística tiene que ver con la búsqueda de una identidad a partir de la comunicación. Cada pieza expresa un intento por romper barreras, prejuicios, moldes establecidos. Y aquí entra en juego no sólo la realización del placer como objetivo estético, sino como ejercicio cotidiano. El confort como poesía concreta, estética de las satisfacciones, se deriva de la utilidad, siempre sutil, de cada arte-objeto. El confort (vuelto color, reflejos de luz, atmósfera) ya no como lujo sino como crítica de una realidad gris, obtusa y siempre perfectible. Lo que hace propicio que la comunicación fluya y escape de los circuitos hegemónicos y por lo común, carentes de belleza.